La guerra que nunca va acabar



Todo parecía tranquilo, una noche mas para don Julio que vivía solo, eran las 23 horas en punto, cuando entraba a su departamento, trabajaba doce horas en una casa de comidas rápidas atendiendo al público, tomando sus pedidos y sirviendo mesas, a unas cinco cuadras de su casa.

Vivía en un amplio departamento, luminoso, con un tono crema que hacia de él un lugar cálido y agradable con frente a la avenida. Desde su cuarto piso una ventana sin cortinas, facilitaba la gran vista hacia afuera y dentro del mismo.

Una cálida y romántica voz sensual de Jazz, se escuchaba de fondo que el vecino oía. Tras su televisión muda, se podían ver la repetición de los partidos de fútbol de aquella tarde, que reflejaba en la habitación oscura, destellos de luces de colores.

Se había quedado dormido en el sillón con la cerveza ya caliente en la mano, una cucaracha caminaba entre sus pantuflas de felpa sin problema alguno. Se despertó rápidamente, se repuso en el sillón y la pisó, la desintegro de un pisotón y allí quedó la pobre como helado de dulce de leche derretido.

A unos metros mas lejos de allí, otro insecto de igual aspecto y tamaño captaba lo sucedido, inmóvil ante lo ocurrido había quedado paralizado tras vivir aquella horrorosa situación, movió sus antenas tras presenciar tal acto, como asumiendoló, pegó media vuelta y se perdió con mucha rapidez tras un mueble de aquel comedor.

La figura voluminosa de aquel hombre apacible, apenas levemente encorvado, serio, obtuso, de aspecto enojado, con barba de una semana, de piel arrugada, vestía una musculosa y corazoncillos a cuadros rojos y verdes, de piel blanca y pelos dispersados en todo su cuerpo de musculatura decaída, se asomaba mientras arrastraba sus chancletas azules, hacia la cocina pequeña típica de un departamento.

Aquella noche esplendida de verano, a punto para sacarse la remera, el reflejo de una leve y ligera transpiración enmarcaban su cara. El hombre con su barriga cervecera entraba a la cocina para beber, placenteramente aquella latita de cerveza que tras cerrar la puerta del refrigerador, se hacia escuchar el sonido del gas que había abierto para poder beber.

Mientras inclinaba la latita, por encima de su nariz y saboreaba el sorbo de la fresca bebida, vio encima del techo del congelador una súbdita sabandija que se detuvo por completo e inmóvil frente a él, parecía observar la acción que transcurría muy atentamente casi parecía congelada.

Al observar esto, en un lento movimiento dejo de beber y bajo su propia mirada atenta se detuvo un instante, para ver que se proponía hacer aquel asqueroso ser vivo. Imaginó levantar la mano para rápidamente pegarle un viaje de ida sin retorno al piso, y luego aplastarla cuando ya hubiese aterrizado en el suelo, poder atrincherarla contra la pared y destripar su inmundo y asqueroso organismo. Segundos después aquel encuentro se detuvo.

Atentos los dos parecían querer disimular sus presencias, como si lo que fuera a suceder era un enfrentamiento al mejor estilo cowboy, haber quien de los dos disparaba primero, aunque él sabía que debía ser muy rápido, su mirada se enfocaba mas sobre aquel insecto mientras fruncía sus cejas una gota de transpiración caía lentamente, tras entrar en alcohol su cuerpo gedía cada vez mas, todavía esperaba la reacción del minúsculo engendro.

La escena intrigante, siguió por unos largos segundos mas, cuando el hombre se decidió al fin alzar su mano para efectuar el desarraigo del villano de la heladera, la repugnante cucaracha movió sus enormes alas, y en un rápido vuelo enfrento al viejo endeble que no pudo en su más lijero movimiento esquivar al insecto y éste se estrello en su frente humedecida de sudor.

Así fue como el hombre dirigió su mano a su cien y en veloces movimientos con cara de desesperación trato de limpiar su cabeza, por si la ante dicha hubiera aterrizado en su pelada, un corto gemido de desesperación reflejaba la repugnancia de un convulsionado escalofrío, que le recorrió el cuerpo tras sacudirse.

Rápidamente sintió su piel de gallina, tras darse cuenta de que el perturbador lo había chocado lo había hecho girar en si mismo y al no percibir al villano en su cuerpo, dejó la latita en lo alto del refrigerador y se dispuso a buscar el adefesio. Reaccionó y miró al piso, allí estaba el escapado, Julio trato de sacarse su chancleta para matarla, pero cuando se decidió a tirarla, el insurrecto ya se dirigía en un rapidísimo movimiento abajo de la cocina.

En un sinfín de enojos expresados verbalmente, se dirigió a la madre al padre y a la vecina que trabaja en la esquina, por supuesto fue la reacción, del escalofrío que le recorrió por todo su achacoso cuerpo, producto de una descarga de ira, ya dicha que incluyo a los santos también.


Parte II


Sábado a la mañana, un lindo día se le asomaba por la ventana de su habitación, la abrió de par en par para hacer pasar el fresco, luego de una noche de viernes agitado en su trabajo que había que renovar con nuevas corrientes de aires .

Mientras se predestinaba a poner la pava para tomar un té, prendió la luz de la cocina y se encontró con las vecinas de la alcantarilla y eso a temprana hora del día, era el punto de efervescencia el cual logró afectar la poca paciencia del señor, de un humor altamente volátil y de carácter poco sociable, expresado facialmente, era para él comenzar con el pie izquierdo el fin de semana.

Rápidamente visualizo a tres de ellas que escapaban, filtrándose por las grietas de entre la pared y la madera de la mesada. Por allí anduvieron caminando las ya mencionadas, en un majestuoso manjar de migas que noche anterior había quedado replegado en la mesa de la cocina e incluso con la bolsa de galletitas y pan, abiertas, aprovechando la ocasión las minúsculas criaturas se alimentaron toda la noche.

Tuvo que tirar todo, y otra vez a salir hacer las compras, para poder desayunar su tan preciado te con tostadas, de los sábados por la mañana, un ritual, que había relegado por diferentes asuntos y hacía tiempo que no se daba el gusto.

En su enojado rostro volvía Julio de comprar aquel pan que le habían ganado las revoltosas y asquerosas cucarachas, que tanta impunidad le daban. Traía en una bolsa aparte una cajita verde, leyendo el prospecto colocó, como se indicaba en las instrucciones, la trampera para los bichos.

Mas precisamente junto a la cocina el lugar donde perdió de vista a la última criatura. Estiró la mano para colocarlo y allí diviso a dos mas, que lo observaban atentamente inmóviles como esperando algo de él. El lugar estaba infectado de estos seres, y apenas le dirigió la palabra, en ofrecimiento al veneno, que les tenía preparado, se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos..

Al día siguiente como si los especímenes lo hubieran escuchado, no había ninguna dentro de tal trampa mortal, si bien no volvió a ver alguno cerca o merodeando la cocina, tuvo fe y espero. De todas maneras creyó que quizás si estuviera haciendo algún efecto, por eso, sonrió y la volvió a colocar en el mismo lugar.

Pero muy lejano de allí, en algún hueco de las sucias tuberías  que conducían a las cañerías y tenían conexión con la rejilla de la cocina, se podía a preciar como se daba lugar al nido, el criadero de las espeluznantes criaturas eran miles en de diferentes tamaños. Y Don Julio no sabía, pero las cucarachas hablaban entre si, debatía, pensaban y hasta incluso se organizaban, fue el comienzo de una venganza motivada debido al asesinato de uno de ellos, que había sido aplastada en el comedor del departamento por la chancleta del señor.

Se preveía una próxima venganza, una revuelta revolucionaria por parte de los individuos que ya tenían pensado un contraataque.

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